Biografías de un poema. Tercera Parte.
Biografías de un poema
Tercera parte: el
poema se va de viaje y vuelve
Al
mundo
Tengo
en los testículos
poemas por eyacular.
poemas por eyacular.
¿Qué
universos habrán de preñar?
¿Qué vientres habrán de recibirlos?
¿Qué tierras fecundarlos?
¿Qué pechos mamarán?
¿Qué savia los nutrirá?
¿Quién podrá abrazarlos?
¿Quién trabar su pasión?
Tengo en los testículos
poemas por eyacular.
¿Qué mundos los hospedarán?
¿Qué vientres habrán de recibirlos?
¿Qué tierras fecundarlos?
¿Qué pechos mamarán?
¿Qué savia los nutrirá?
¿Quién podrá abrazarlos?
¿Quién trabar su pasión?
Tengo en los testículos
poemas por eyacular.
¿Qué mundos los hospedarán?
Irse
Viajo por la geografía del mundo
a través de todos los ojos del mundo.
Mi mirada rebota en el sol y cae en
Singapur y en la costa del Adriático.
Soy parte de todas las huellas de todos
los pies.
Vivo a través de todas las
experiencias,
de todos los ruidos. Abrazo todas las
lenguas,
me siento parte de un mismo suelo y
cielo.
Respiro tu bostezo desde otro
hemisferio,
sacudo la misma lluvia de mi cabeza.
¿Es la distancia del cuerpo el
reencuentro del alma?
Te vas. Te vas a gobernar tu destino, a
dibujar tu suerte.
Otra distancia más. Yo me fui, vos te
vas, y sin embargo,
cuanto más lejana más presente,
mimetizada, esparcida,
en plexos y contrapuntos, en infusiones
y vapores,
en rayos de sol, en nubes condensadas,
en música,
en líneas difusas estrelladas contra un
marco en grandes museos,
en paisajes surrealistas recortados de
la realidad.
Acá estamos vos y yo,
en una partícula de pupila,
que se mezcla con el resto de la
humanidad,
inasible, indistinguible,
dos atalayas en el flujo del universo.
Inmortales
Intento repetirlo. A veces figurándolo,
a veces recordándolo exageradamente.
Vuelvo a sus rostros y a sus voces
sin encontrar sus sonrisas ni sus
palabras.
Intento suplir un grito con otro grito:
igual o más fuerte, con la boca más
abierta
o los pulmones más
llenos, o con los ojos
más abiertos o más
cerrados. Y no,
no es el mismo grito.
Intento combatir el éxtasis de sus
besos
con estos besos. El
desenfreno de aquel
sexo con estos gemidos falsos y forzados
que se pierden en una noche, que no es
mágica, que no es única.
Me inventé un idioma
y unas señas,
que no tuve con quién
practicar.
Diseñé calles y
ciudades que no tuve
con quién caminar.
Inventé un paisaje
de montañas exóticas
donde sólo resonaba
el eco del silencio.
Descubrí paisajes y playas paradisíacas
en las que nada sucedía.
Quise recrear el éxtasis del Sol y la
Luna
intercambiados, del
juego de
luces y sonidos
ininterrumpidos,
del deseo y la locura del deseo
inalterables.
Llené mis venas de
jeringas artificiosas
con sustancias artificiales que ni se
acercan
a la adrenalina y el éxtasis de dos mil
cuerpos
saltando, tocándose, rozándose,
transmitiendo
la fuerza de una sensación que a un
solo cuerpo
haría explotar pero a dos mil los hace
bailar.
Me desnudé bajo la
lluvia mirando fijo al cielo
hasta sentir que no
había nada más alrededor.
Giré sobre mí
mismo, una y otra y otra vez
hasta imaginarme ser un torbellino
que subía hasta el cielo…
Y no logré tocar el
cielo que tocamos
saltando a la par, gritando a la par,
bailando,
tocándonos, besándonos, mordiéndonos,
abrazándonos, acostándonos a la par.
Lo intenté todo.
Desde el dolor
más grande al placer
más grande y
nada pudo si quiera acercarme a esa
sensación.
Intenté revivir
ciento ochenta días donde
todas las dimensiones de la vida se
volvieron
una, y tan sólo una:
la más perfecta felicidad.
Me detuve en el
tiempo. Me quedé ahí en la nada
recordando esa
felicidad y me sentí muerto. Y sin
embargo, justo antes
de ver la primera lágrima de
tristeza lo comprendí: hay una
sola forma de volverse
inmortal y es cuando uno puede detenerse
en un momento
de tanta felicidad, que la vida toda se
disuelve y
retrae a ese segundo donde ya nada
podría ser mejor.
Yo viví ese momento.
Este…
al
inmenso Oliverio
Proxeneta en el Moulin Rouge,
Clochard a la orilla del Sena,
Trompetista en la rue Saint-Germain
Disertante en el College de France
Flaneur de Sacra Cuore hasta
Allee Andre Breton, pasando por café
La rue de Babylon.
Escritor a ciegas, de atardecer a
madrugada,
en la ciudad de las luces.
Clavadista mortal en el Pozo de los
Curas.
Ingeniero de represa en el Río la
Quebrada.
Caminante de brújula de estrellas bajo
la sombra del Desesperado.
Pastor de duendes y chupacabras.
Ladrón de Proveedurías.
“Peaje de Hermano” en Bigote.
Cuentista o coplero de última chamisa
a apagarse, acompañado de
Castañero de cajú, quenista que sopla
penas y percusionista de caja de manos
que aran su propio campo.
Deshilador de ovillos. Cazador de
moscas.
Trampolinista de charco de cordón
cuneta.
Afinador de ramas de sonido del viento.
Sentimentaloide en el Valle de la Luna.
Buceador en el Mar Negro.
Pañuelo de sauce llorón.
Astronauta piloto de ascensores.
Hacedor de ceniza para fuego.
Y en todas ellas, este intento de
escribidor.
Ciudad de 6 am
Ciudad
de 6 am con muchos
asientos
de colectivo para elegir.
De
abrazos que confirman amores
efímeros
o amores eternos.
Ciudad
de transeúntes extasiados o
extenuados.
De
caras tristes en el cordón
de
la vereda y de llantos disimulados.
Ciudad
donde una mano se levanta tímida
en
busca de una vuelta a la cama, o de dos
manos
que sostienen el frágil equilibrio de
camino
a una cama desconocida.
Ciudad
de pasos de parejas. De amigos que
que
se sostienen y desconocidos que se
retienen.
Ciudad
de facturas recién sacadas del horno.
Ciudad
de batas verdes y uniformes azules, y
sexagenarios
en la plenitud de su día.
Ciudad
de caminatas solitarias y cigarrillos
en
vano. Ciudad de soledades que se cruzan
en
el consuelo de miradas casuales.
Ciudad
de calles que conducen al refugio y
te
devuelven de la aventura placentera, que
a
veces se equivoca en dolor.
Tibio
amanecer de 6 am que te cobija
aunque
sea un poco antes de que el sol te
queme
las penas, o dore las alegrías.
Ciudad
de 6 am, que cuida al que vuelve
de
morir, y saluda al que vuelve de renacer.
A
simple question
If I were dead…
Would you say you
were lucky to have
me at least
for a
while?
say you
gave me all
the kisses that you
had for
me?
think about that
night when we
decided to never escape?
be satisfied with our
last kiss?
swear that you
could not have
loved me one
more day?
Desde mi ventana
Un gallo sideral que
canta el amanecer de Madrid
en la noche argentina y
todavía desconfiamos del artilugio
que conecta el universo.
¿Hará falta escuchar el gallo
en Neptuno que canta el
solsticio terrestre?
Nacido en
¿Y
vos, de dónde venís?
De una flor del aire
que trajo un cóndor
que bajó del Ambato.
De una flor del aire
que trajo un cóndor
que bajó del Ambato.
Ruido
Ruido a árbol alto que no quiere soltar
más hojas
Ruido de una nariz que transita entre el
invierno y el verano.
Ruido de último sorbo de mate y de unos
resortes metálicos
que hacen asomar una y otra vez la punta
de una lapicera.
Ruido de patio cerca de una avenida.
Ruido a mano que raspa la tierra de la
tapa de un libro.
Ruido a tierra en todo, porque en
Catamarca la tierra
y el polvo tienen sonidos.
Mucho ruido a tos, cortado en seco por
el ruido violento de una mano que
golpea en la espalda ahuyentando a un
mosquito.
Ruido a la compañía silenciosa de una
tarde en la montaña.
Ruido a bossa nova. Ruido a alpargatas y
a hormigas.
Ruido a uñas que rascan la piel
mezclado con
ruido a encendedor para avivar el ruido
a tos.
Ruido a cenizas que caen al pasto.
Ruido de lengua en la boca que acomoda
la coca.
Ruido imperceptible de quietud
espiritual.
Sigiloso ruido de gato que trepa.
Ruido a mimesis del hombre y la
naturaleza.
Recuerdo
Piso al costado de un alacrán
levantando tierra que se hace
remolino rápido con el viento.
Persigo un chelco entre yuyos
secos y espinas, entre la mugre
del baldío y la aventura del desierto.
Soy una niñez catamarqueña y
todas las infancias norteñas.
Soy un correr agitado en una calle
fantasmal con un
farol en vaivén
que se prende y se apaga, que me
esconde o me revela,
según o cuente o me esconda.
Soy una siesta interminable de prisión,
pero una tarde eterna hasta bien entrada
la noche.
Soy un pelo tierroso, unas uñas negras,
unas manos lastimadas, unas cascaritas
de orgullo,
y una alegría indestructible de
changuito jugando
en el barrio.
Valencia
¿Cómo es ver un atardecer en el punto
más alto de la ciudad más hermosa
en la que estuviste hoy?
Es naranja en el cielo, es violeta
reflejado
en los azulejos de más de cien cúpulas.
Es transparente y a la vez multicolor en
los
vitreaux de las
muchas ventanas del mercado más antiguo de Europa.
Es demoledor en el sonido de una campana
gigante
a las espaldas y al frente, y a los
costados como si
estuvieras adentro,
cuando justamente lo estás.
Es de olor a barro, a polvo desprendido
de casas
y murallas que resisten el paso de los
siglos sólo
para producir un placer inhóspito en
nosotros.
Es un olor que se esparce por toda la
ciudad
levitando sobre la superficie, porque
abajo a
la sazón del contraste huele a paellas
típicas de pollo y
conejo o de verduras.
Huele espíritu santo pero de tez
morena, marroquí, árabe.
Olor a metal corroído de artes
olvidadas,
olor a numismática y a saliva de
filatelia.
Se siente helado, viento portuario del
mediterráneo,
frío mortal en los dedos que sostienen
el lápiz.
Y adentro un calor abrumador que bien
puede ser
por el último rayo de sol que ya se
puso
o el calor de una invitación única por
su generosidad
anónima y gratuita
que te espera con comida caliente.
Tal vez un “joder” que se escucha a
lo lejos y te dibuja
una mueca de sonrisa.
Calor del tributo humilde de palabras a
un paisaje cálido
hasta el infinito de una ciudad que te
devuelve
la misma sensación
con que vos la mirás.
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