martes, 2 de diciembre de 2014

Biografías de un poema. Tercera Parte.


Biografías de un poema




Tercera parte: el poema se va de viaje y vuelve






Al mundo

Tengo en los testículos
poemas por eyacular. 

¿Qué universos habrán de preñar? 
¿Qué vientres habrán de recibirlos? 
¿Qué tierras fecundarlos? 
¿Qué pechos mamarán? 
¿Qué savia los nutrirá? 
¿Quién podrá abrazarlos? 
¿Quién trabar su pasión? 
Tengo en los testículos 
poemas por eyacular. 
¿Qué mundos los hospedarán?



Irse

Viajo por la geografía del mundo
a través de todos los ojos del mundo.
Mi mirada rebota en el sol y cae en
Singapur y en la costa del Adriático.

Soy parte de todas las huellas de todos los pies.
Vivo a través de todas las experiencias,
de todos los ruidos. Abrazo todas las lenguas,
me siento parte de un mismo suelo y cielo.
Respiro tu bostezo desde otro hemisferio,
sacudo la misma lluvia de mi cabeza.
¿Es la distancia del cuerpo el reencuentro del alma?

Te vas. Te vas a gobernar tu destino, a dibujar tu suerte.
Otra distancia más. Yo me fui, vos te vas, y sin embargo,
cuanto más lejana más presente, mimetizada, esparcida,
en plexos y contrapuntos, en infusiones y vapores,
en rayos de sol, en nubes condensadas, en música,
en líneas difusas estrelladas contra un marco en grandes museos,
en paisajes surrealistas recortados de la realidad.

Acá estamos vos y yo,
en una partícula de pupila,
que se mezcla con el resto de la humanidad,
inasible, indistinguible,
dos atalayas en el flujo del universo.



Inmortales

Intento repetirlo. A veces figurándolo,
a veces recordándolo exageradamente.
Vuelvo a sus rostros y a sus voces
sin encontrar sus sonrisas ni sus palabras.
 
Intento suplir un grito con otro grito:
igual o más fuerte, con la boca más abierta
o los pulmones más llenos, o con los ojos
más abiertos o más cerrados. Y no,
no es el mismo grito.
 
Intento combatir el éxtasis de sus besos
con estos besos. El desenfreno de aquel
sexo con estos gemidos falsos y forzados
que se pierden en una noche, que no es
mágica, que no es única.
 
Me inventé un idioma y unas señas,
que no tuve con quién practicar.
Diseñé calles y ciudades que no tuve
con quién caminar.
Inventé un paisaje de montañas exóticas
donde sólo resonaba el eco del silencio.
Descubrí paisajes y playas paradisíacas
en las que nada sucedía.
 
Quise recrear el éxtasis del Sol y la Luna
intercambiados, del juego de
luces y sonidos ininterrumpidos,
del deseo y la locura del deseo
inalterables.
 
Llené mis venas de jeringas artificiosas
con sustancias artificiales que ni se acercan
a la adrenalina y el éxtasis de dos mil cuerpos
saltando, tocándose, rozándose, transmitiendo
la fuerza de una sensación que a un solo cuerpo
haría explotar pero a dos mil los hace bailar.
 
Me desnudé bajo la lluvia mirando fijo al cielo
hasta sentir que no había nada más alrededor.
Giré sobre mí mismo, una y otra y otra vez
hasta imaginarme ser un torbellino
que subía hasta el cielo…   
Y no logré tocar el cielo que tocamos
saltando a la par, gritando a la par, bailando,
tocándonos, besándonos, mordiéndonos,
abrazándonos, acostándonos a la par.
 
Lo intenté todo. Desde el dolor
más grande al placer más grande y
nada pudo si quiera acercarme a esa sensación.
 
Intenté revivir ciento ochenta días donde
todas las dimensiones de la vida se volvieron
una, y tan sólo una: la más perfecta felicidad.
 
Me detuve en el tiempo. Me quedé ahí en la nada
recordando esa felicidad y me sentí muerto. Y sin
embargo, justo antes de ver la primera lágrima de
tristeza lo comprendí: hay una sola forma de volverse
inmortal y es cuando uno puede detenerse  en un momento
de tanta felicidad, que la vida toda se disuelve y
retrae a ese segundo donde ya nada podría ser mejor.  
Yo viví ese momento.






Este…
                                              al inmenso Oliverio



Proxeneta en el Moulin Rouge,
Clochard a la orilla del Sena,
Trompetista en la rue Saint-Germain
Disertante en el College de France
Flaneur de Sacra Cuore hasta
Allee Andre Breton, pasando por café
La rue de Babylon.
Escritor a ciegas, de atardecer a madrugada,
en la ciudad de las luces.

Clavadista mortal en el Pozo de los Curas.
Ingeniero de represa en el Río la Quebrada.
Caminante de brújula de estrellas bajo
la sombra del Desesperado.
Pastor de duendes y chupacabras.
Ladrón de Proveedurías.
“Peaje de Hermano” en Bigote.
Cuentista o coplero de última chamisa
a apagarse, acompañado de
Castañero de cajú, quenista que sopla
penas y percusionista de caja de manos
que aran su propio campo.

Deshilador de ovillos. Cazador de moscas.
Trampolinista de charco de cordón cuneta.
Afinador de ramas de sonido del viento.
Sentimentaloide en el Valle de la Luna.
Buceador en el Mar Negro.
Pañuelo de sauce llorón.
Astronauta piloto de ascensores.
Hacedor de ceniza para fuego.

Y en todas ellas, este intento de escribidor.






Ciudad de 6 am

Ciudad de 6 am con muchos
asientos de colectivo para elegir.
De abrazos que confirman amores
efímeros o amores eternos.
Ciudad de transeúntes extasiados o
extenuados.
De caras tristes en el cordón
de la vereda y de llantos disimulados.
Ciudad donde una mano se levanta tímida
en busca de una vuelta a la cama, o de dos
manos que sostienen el frágil equilibrio de
camino a una cama desconocida.
Ciudad de pasos de parejas. De amigos que
que se sostienen y desconocidos que se
retienen.
Ciudad de facturas recién sacadas del horno.
Ciudad de batas verdes y uniformes azules, y
sexagenarios en la plenitud de su día.
Ciudad de caminatas solitarias y cigarrillos
en vano. Ciudad de soledades que se cruzan
en el consuelo de miradas casuales.
Ciudad de calles que conducen al refugio y
te devuelven de la aventura placentera, que
a veces se equivoca en dolor.
Tibio amanecer de 6 am que te cobija
aunque sea un poco antes de que el sol te
queme las penas, o dore las alegrías.
Ciudad de 6 am, que cuida al que vuelve
de morir, y saluda al que vuelve de renacer.





A simple question

If I were dead…
Would you say you were lucky to have me at least for a while?
say you gave me all the kisses that you had for me?
think about that night when we decided to never escape?
be satisfied with our last kiss?
swear that you could not have loved me one more day?





Desde mi ventana


Un gallo sideral que
canta el amanecer de Madrid
en la noche argentina y
todavía desconfiamos del artilugio
que conecta el universo.
¿Hará falta escuchar el gallo
en Neptuno que canta el
solsticio terrestre?




Nacido en


¿Y vos, de dónde venís?
De una flor del aire
que trajo un cóndor
que bajó del Ambato.




Ruido


Ruido a árbol alto que no quiere soltar más hojas
Ruido de una nariz que transita entre el invierno y el verano.
Ruido de último sorbo de mate y de unos resortes metálicos
que hacen asomar una y otra vez la punta de una lapicera.
Ruido de patio cerca de una avenida.
Ruido a mano que raspa la tierra de la tapa de un libro.
Ruido a tierra en todo, porque en Catamarca la tierra
y el polvo tienen sonidos.
Mucho ruido a tos, cortado en seco por
el ruido violento de una mano que
golpea en la espalda ahuyentando a un mosquito.
Ruido a la compañía silenciosa de una tarde en la montaña.
Ruido a bossa nova. Ruido a alpargatas y a hormigas.
Ruido a uñas que rascan la piel mezclado con
ruido a encendedor para avivar el ruido a tos.
Ruido a cenizas que caen al pasto.
Ruido de lengua en la boca que acomoda la coca.
Ruido imperceptible de quietud espiritual.
Sigiloso ruido de gato que trepa.
Ruido a mimesis del hombre y la naturaleza.





Recuerdo



Piso al costado de un alacrán
levantando tierra que se hace
remolino rápido con el viento.
Persigo un chelco entre yuyos
secos y espinas, entre la mugre
del baldío y la aventura del desierto.
 
Soy una niñez catamarqueña y
todas las infancias norteñas.
Soy un correr agitado en una calle
fantasmal con un farol en vaivén
que se prende y se apaga, que me
esconde o me revela,
según o cuente o me esconda.
 
Soy una siesta interminable de prisión,
pero una tarde eterna hasta bien entrada la noche.
Soy un pelo tierroso, unas uñas negras,
unas manos lastimadas, unas cascaritas de orgullo,
y una alegría indestructible de changuito jugando
en el barrio.



Valencia


¿Cómo es ver un atardecer en el punto
más alto de la ciudad más hermosa
en la que estuviste hoy?

Es naranja en el cielo, es violeta reflejado
en los azulejos de más de cien cúpulas.
Es transparente y a la vez multicolor en los
vitreaux de las muchas ventanas del mercado más antiguo de Europa.

Es demoledor en el sonido de una campana gigante
a las espaldas y al frente, y a los costados como si
estuvieras adentro, cuando justamente lo estás.

Es de olor a barro, a polvo desprendido de casas
y murallas que resisten el paso de los siglos sólo
para producir un placer inhóspito en nosotros.
Es un olor que se esparce por toda la ciudad
levitando sobre la superficie, porque abajo a
la sazón del contraste huele a paellas
típicas de pollo y conejo o de verduras.

Huele espíritu santo pero de tez morena, marroquí, árabe.
Olor a metal corroído de artes olvidadas,
olor a numismática y a saliva de filatelia.

Se siente helado, viento portuario del mediterráneo,
frío mortal en los dedos que sostienen el lápiz.
Y adentro un calor abrumador que bien puede ser
por el último rayo de sol que ya se puso
o el calor de una invitación única por su generosidad
anónima y gratuita que te espera con comida caliente.
Tal vez un “joder” que se escucha a lo lejos y te dibuja
una mueca de sonrisa.

Calor del tributo humilde de palabras a un paisaje cálido
hasta el infinito de una ciudad que te devuelve

la misma sensación con que vos la mirás.

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